Más movido por el
afecto y la amistad, que por otra cosa, y ante el señalamiento que se ha hecho
de Diosdado Cabello, principalmente, y de José David Cabello su hermano, de ser
miembros de un cartel de drogas, es por lo que siento mi deber pronunciarme
ante tamaño señalamiento. Es un deber moral pronunciarse, cuando vemos señalado
a un amigo; cuando lo pretenden enlodar o vilipendiar. Callar sería una
cobardía, cuando en nosotros reposa la convicción de su honorabilidad y de su
honestidad.
Puedo decir que la
presencia en El Furrial (poblado ubicado al oeste del Estado Monagas, a 35 Kilómetros de
Maturín, capital de Estado), del viejo Adrián Cabello, padre de Diosdado, fue
casi omnipresente. No había un evento donde Don Adrián; su iniciativa, su
promoción e invención, no tuvieran que ver. Las Fiestas Patronales de esa época
eran inolvidables. Carreras de caballo, palo encebado, cochino encebado,
carreras de morrocoy, moto cross, carreras de auto (carros pequeños que parecían
de juguetes). Aun recuerdo que el circuito se realizaba al frente de la plaza
del pueblo. Eran esas fiestas inolvidables (eran en honor a La Cruz Aparecida).
Y que no decir de
la muerte de algún lugareño. De forma inmediata se encargaba Don Adrián Cabello
de todo lo concerniente. De buscar los bancos para el velorio, de poner la luz
en el patio de la casa, del café, de los cigarrillos y por supuesto, de todo
los tramites legales concernientes a la cristiana sepultura. Era sin dudas el
viejo Adrián Cabello un hombre muy especial, pero a su vez muy estricto en su
seno familiar. El hábito de leer la prensa diariamente lo adquirí de su casa.
Nunca faltaban los periódicos en la mesa que adornaba el porche de su casa. El
mismo porche donde una gigantesca mata de uvas cubría todo. Por sus hijos, su
casa era el centro de concurrencia permanente de todos nosotros.
Diosdado fue
siempre una persona recta. Excelente estudiante (el mejor de todos los tiempos.
No ha habido uno como él), sin vicios; ni bebía licor ni fumaba, y además no
permitía que sus amigos lo hicieran delante de él. El pueblo lo recorríamos en
bicicleta casi en su totalidad. Jugábamos pool en el único establecimiento del
pueblo (El Rey se llamaba), y éramos mal vistos en ocasiones, por que no
tomábamos licor sino refrescos. Y todas las tardes, casi ininterrumpidamente,
jugábamos béisbol. Era nuestra mayor pasión.
Junto a Diosdado
compartíamos tertulias interminables en la plaza del pueblo, casi hasta la
madrugada. En ocasiones amanecíamos y de una vez íbamos a las empanadas de Doña
Felicidad de Carreño (aquella matrona que deleitaba a todo el pueblo con sus
deliciosas empanadas).
Juntos nos
iniciamos en el camino revolucionario. Siendo aun muchachos de liceo, nos
convertimos en irreverentes, en soñadores. Intentábamos leer literatura
marxista; a Lenin, a Marx, a Antonio Gramsci y sus “Cartas desde La Cárcel”,
“La Madre” de Máximo Gorki, y esa imagen del Che tan de todos, sobre todo de
los rebeldes. Hasta que llego aquel día en que Diosdado le tocó despedirse para
irse para La Academia Militar. Lo sentí como un revés en la amistad y en la
militancia. Un compañero, un hermano que se iba.
Ya en sus viajes
para El Furrial resultaba extraño verlo uniformado. Ahora trotaba en las
madrugadas por las calles y los bajos del pueblo. Él al igual que su padre, El
Viejo Adrián Cabello, cultivó siempre el gusto por la pesca y la caza, y aun
que no lo crean, su amor por el jardín y por sembrar cuanta cosa se pueda
cultivar.
Puedo decir (y lo
quiero decir con humildad y de una forma intrascendente), que meses previos al
glorioso 4 de febrero de 1992; ese día en que Chávez lanzó aquel POR AHORA,
Diosdado, en lo que sería su último viaje a El Furrial antes de esa fecha, en
un viaje que hicimos a los bajos del pueblo; para disparar su pistola y un
rifle y conversar; retomó en mi aquellas viejas ideas de izquierda que
cultivamos juntos, y que ese día fluían ya en un plano más concreto. Venía un
alzamiento cívico-militar, con banderas de revolución y con el canto de Alí
Primera. De tal manera que aquella madrugada de irrupción del chavizmo no era
más, para mí y mi pequeño mundo pueblerino, que la hora y el momento que
Diosdado me había anunciado.
Las noticias
corrían rápido, el viejo Montecarlo marrón de Diosdado había sido abaleado,
pero a El Furrial llegó la noticia de que a Diosdado lo habían matado. Como por
arte de magia las calles del pueblo se llenaron de gente y desde un camión y
sendas cornetas reindicábamos la acción de los valientes soldados que se habían
alzado en armas, pero también de Diosdado como hijo predilecto de El Furrial; y
la del amigo, del hermano, del camarada.
Así que pretender
vincular a Diosdado a carteles de droga y mafias, es lo más absurdo que he oído
Diosdado hoy es una
figura nacional, de primer orden en el acontecer del país, y pudiera pensar
alguien que tiene a su merced todos los privilegios del mundo, pues contrario a
eso en él hay mucho de humildad, de sensibilidad profunda, de comprensión. Ah
pero también hay un carácter regio y firme. Un poco de eso que definía al Che
Guevara (“Se que soy un hombre muy duro en mi accionar, pero revestido de un
profundo sentimiento de amor”)
Las calles del país
las conoce cual más. El mismo conduce su auto; así lo aprendió de su padre. No
es un hombre de lujos ni de comodidades y siempre es el primero en todo. Como
los grandes líderes, siempre hace la tarea primero que todos. No es
maratonista, pero se pone a correr y no hay quien le gane. No es paracaidista,
pero su salto es impecable. No es grandes ligas ni beisbolista profesional,
pero tiene más de treinta años jugando al béisbol.
Es un hombre de
números y de letras. Lee mucho las estadísticas, pero no se desvincula nunca de
lo humano. Por el contrario, cada día lo veo en ese eslabón elevado del que
hablaba El Che Guevara; más revolucionario, más líder, más firme en sus
convicciones.
Así que con
Diosdado; con sus hermanos, con su familia, mejor nos cuentan una de vaqueros.
Decir que él forma parte de un cartel de drogas, por Dios. El es un líder que se ha ganado su respeto a
punta de originalidad; sin hacer ningún esfuerzo, o mejor dicho, sin asumir
falsas posturas; sin dogmas, sin falsas creencias.
Diosdado es un
carajo tan original que estoy seguro que él nunca ha ido a comer, por ejemplo,
a cualquier restaurante importante de Caracas, pero pregúntele usted sobre
cualquier rincón del país; pueblo, caserío, riachuelo, sabana, bosque o
montaña. Estoy seguro que él conoce a Venezuela palmo a palmo, de punta a
punta.
Debo confesar que
no acostumbro hacer este tipo de apologías, pero hay horas; aciagas o
apremiantes, donde el honor llama. Yo me siento convocado hoy por la amistad y
el afecto. Por el amigo, por el hermano, por el camarada.