Pareciera que toda guerra, toda batalla, toda lucha que se
emprende, para que sea heroica y trascienda, debe llevar sobre sí las banderas
de ser una causa justa y noble. La historia premia el sacrificio y lo convierte
en ejemplo y a ese camino largo y espinoso de la lucha lo transforma en
epopeya.
También la lucha, sea del signo que sea, plantea un problema epistemológico,
pues, se sepa o no, se esté consciente o no, las personas abrazan una corriente
de pensamiento y sus acciones los hacen
ser esclavos de sus ideas.
Finalizadas las guarimbas que promovieron los dirigentes de
la MUD, dejando más de cien muertos, los venezolanos tuvimos la oportunidad de
asistir a unas acciones enmarcadas en un tipo de guerra NO convencional,
signada por el empleo de estrategias donde prevalecía el engaño y la mentira y
en donde la ciudadanía fue sometida a una manipulación psicológica nunca antes
vista en Venezuela.
Lo vivido dejaba expuesto la parte más irracional, en cuanto
a personalidad y conducta de quienes pretendían un cambio de gobierno en el
país. Tanto así que tuvieron que recurrir a hechos fingidos; dramatizados en
muchos casos, para poder justificar acciones fuera de toda lógica política y
hasta funcional. Tanto así, que se preocuparon más en convencer a la opinión
pública internacional de que en Venezuela existía una cruenta dictadura, que
subestimaron al pueblo y todas esas corrientes históricas de rebeldía y coraje
que corre por sus venas.
Ahora bien, la lucha armada que se desarrolló en Venezuela
entre los años 60, 70 y finales de los 80, fue distinta. Romántica para muchos,
infantil para otros, llenó de héroes a nuestra geografía y abonó con su sangre
la esperanza de todo un pueblo que sigue insistiendo en el mañana.
La lucha armada parió a verdaderos héroes. Quijotes de carne
y hueso que en una lucha titánica contra un sistema gigante y poderoso, dejaba
la carne y el espíritu desgarrado de muchas familias y hogares que en pleno desarrollo
de las contradicciones sabían en lo más hondo de si, que aun ante el dolor y ante la posibilidad cierta de perder al
hijo, el camino tomado era glorioso.