Muchas veces se acusa
a los pueblos de tener una memoria corta. De echar al olvido su pasado, de
apagar los recuerdos y en muchos casos hasta de aborrecer sus orígenes; su
historia, sus héroes.
El olvido parece un
gran baúl a donde van a parar los recuerdos. Una especie de bóveda hueca donde
todo se torna intrascendente y lejano.
Más sin embargo, no
todo es producto del azar. Contra el olvido opera toda una gigantesca
maquinaria ideológica-cultural; que obedece a patrones de dominación y que
busca conducir al hombre, cual rebaño sumiso, a un destino acorde a los
intereses de las elites.
La historia de los
pueblos está llena de gestas heroicas; de hombres valerosos y de acciones
quijotescas. De rostros silentes que a lo largo del tiempo han forjado una
estirpe que distingue a cada región. Hombres y mujeres que ungidos por esas
circunstancias históricas que exigen y “obligan” a algunos hombres a
convertirse en líderes y héroes de sus pueblos.
La memoria corta de
los pueblos no es un hecho fortuito, la globalización como fase superior del
imperialismo, ha globalizado también su modelo dominante, el cual viene
expresado de múltiples formas; en canciones, en publicidad, en religiones, en
el deporte, en el cine, y un largo etcétera.
El carácter globalizante
del imperialismo, que en verdad es la globalización de la dominación; de la
pobreza, de la miseria, de las desigualdades, es también la globalización de la
cultura dominante; de sus patrones y de sus leyes. Y una de sus mayores
imposiciones es sin duda, el olvido.
La memoria cobra
entonces ribetes revolucionarios. Pues, un pueblo conocedor de sus pasado no
deja nunca de nutrir su moral, su espiritualidad del pasado, de su historia.
Por ello Mario
Benedetti no se equivoca cuando afirma que; “El olvido está lleno de memoria”.-