Poco a poco se ha ido generalizando
la idea; y a si es difundida en programas de radio y televisión, en artículos
de opinión y en medios de comunicación en general, amén de influenceres y gurúes
de las redes sociales, de creer que lo venezolano no sirve, de que el país no
sirve y que cualquier espacio es mejor que el nuestro. Basta que una persona
salga por nuestras fronteras, para que compruebe todo lo contrario y para que
sienta en carne propia, que en gran parte, ha sido objeto de un engaño.
Nunca como ahora el
mundo padece de un fenómeno migratorio y de movilidad humana impresionante. Y a
ello se suma un renacer del odio, de la xenofobia, del desprecio por el otro.
La intolerancia
reina por doquier. El hombre como enemigo del hombre. La especie humana negándose
y el planeta tierra reducido a la intolerancia y a un lugar inhóspito para que florezca
la solidaridad, el amor, el respeto y la convivencia.
La hospitalidad
parece una virtud desaparecida. El hombre se ve reducido a la soledad.
Muchas de estas
personas, a las que nos referimos al inicio de esta entrega, en su mayoría personas
públicas que constantemente hacen uso de las redes sociales y medios de comunicación,
no sabemos si adrede o inconscientemente, exponen mensajes desalentadores, escépticos
y de pesimismo hacia el país y hacia lo que representa el gentilicio y la
venezolanidad. Promueven la baja autoestima y el desánimo y el desprecio hacia
nosotros mismos.
Se ha convertido en
lugar común, no obstante de que la vida nacional sigue su rumbo normal, que por
encima de la diversión y el esparcimiento, brote siempre una expresión de desánimo
y de crítica. Siempre menospreciando lo nuestro.
La xenofobia se
expande por el mundo. El odio por el otro crece como una enfermedad contagiosa.
La raza “superior” impone su tesis y La Espada de Damocles pende sobre todo
aquel que pinte de rosado, o negro, o comunista, o de inmigrante. El mundo no
parece ya el hogar de los humanos.
Mientras, el país sigue
su marcha digna y deparándonos las riquezas indispensables para la vida; la
familia, los amigos, el techo, la cama cálida, el trabajo, la universidad, la
comida, el aire que respiramos, la puesta del sol y toda esa energía que nos
van dejando nuestros antepasados, mientras, aquí tenemos nuestros tesoros, hay
quienes adoptan, como forma de vida, un discurso y un mensaje de promoción del fenómeno
migratorio. Como que no bastaran la cantidad de vidas que se ha tragado El Mar Mediterráneo,
o los muchos seres que se han quedado sembrados en la frontera mexicana con
EEUU, o los miles y miles de latinos que ingresan a EEUU en busca del Sueño
Americano. O los grandes desplazamientos de los pueblos africanos y árabes. Y en lo inmediato, la cantidad de
testimonios de nuestros propios compatriotas de las penurias y rechazos que han
padecido en países hermanos, donde la hospitalidad es una virtud en desuso.
Venezuela es el
mejor país del mundo. Y aquí es donde echan raíces nuestros sueños y desde
donde nos hacemos humanos.