Si miramos atrás,
hace poco tiempo, era común ver largas filas de gente en un teléfono público esperando para llamar, y las manos llenas de monedas para poder alimentar el
consumo de la llamada. Y en los teléfonos fijos, cual si fuera una cita, nos apostábamos
con antelación para recibir la llamada.
Las computadoras
eran maquinas complejas. Al igual que las máquinas de escribir eléctricas. Había
que hacer cursos para poder dominarlas. Así también las noticias en los periódicos. Escuchar decir
“extra, Extra, Extra”, era sinónimo de primicia. Era una noticia en desarrollo
o que acababa de ocurrir. Decirse hombre informado, era poder pasearse por un
sinfín de conocimientos. Era o es, manejar información.
Quien diría que el
desarrollo de las fuerzas productivas, acelerado desarrollo diríamos, produjera
esta “modernidad” tan terrible de hoy día. Tanto, que expone a la imaginación,
expresada en tecnología 5G, a realidades virtuales, tan reales, que casi tienen
al mundo sumergido en una guerra nunca antes imaginada.
Toda esta generación
que hemos estado atravesada en medio de dos siglos, arrastrando los temores del
fin del milenio, quizás anhelamos algún día, vivir en la modernidad. Ahora la
realidad nos parece tan virtual y absurda, que añoramos el pasado. Nuestras
vidas, y así la vida de todos, parecen marionetas que se mueven al ritmo que
establezcan los amos del mundo. Es como que la novela del gran George Orwell,
1984, publicada por primera vez en 1949 se estuviera haciendo realidad.
La vida de todos los
ciudadanos del mundo está siendo vigilada. Alguien oye nuestras conversaciones
y lee nuestros correos. Y lo más terrible, se están empleando, desmedidamente,
ensayos de laboratorio de guerra psicológica, que sin dudas buscan impactar el
sano juicio de la gente. Ya es normal ver la perdida de la sindéresis, del sano
juicio, del sentido común, que ahora no es tan común como dicen. La gente
deambula alienada totalmente y denotando comportamientos cada vez más alejados
de la condición humana. Valga decir; “vemos humanos, mas no humanidad”.
Cuando miramos de
manera retrospectiva el tiempo, no es nada lo que ha avanzado el mismo, pero
todo ha cambiado tan rápido. Ya nada es igual. Si, son nuestras propias vidas ínfimos
episodios de un gigante que a cada paso que da, tarda un siglo. He allí a Bolívar
y su dialogo con el tiempo, en su Delirio sobre El Chimborazo. Ese gigante que
es capaz de ver por sobre las edades y le dijo a Bolívar; “Yo soy el padre de
los siglos, soy el arcano de la fama y del secreto, mi madre fue la eternidad;
los límites de mi imperio los señala el infinito; no hay sepulcro para mí,
porque soy más poderoso que la Muerte; miro lo pasado, miro lo futuro y por mis
manos pasa lo presente…”.
Para los que pensábamos
que este nuevo siglo seria el siglo de las luces; no obstante a los avances técnicos
y científicos, y no obstante a tanta “modernidad”, la realidad que se devela
luce muy adversa para la armonía, la paz y el progreso. Mientras tanto, no caería
nada mal ir repensando nuestra
existencia, como especie, y nuestra relación con la naturaleza.
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