Si bien desde la
edad media arrastramos la creencia de que utilizar la mano izquierda es maligno
y de que los ángeles malvados estaban siempre al acecho sobre el hombro
izquierdo, no es menos cierto que la iglesia católica ha contribuido
grandemente en esa idea que sataniza al lado izquierdo. No en vano se ha
generalizado la idea de que si la derecha es la diestra, la izquierda es la
siniestra. Ya el poeta Mario Benedetti,
jocosamente sentenciaba de ambos términos de la siguiente manera; “De
dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo: de la derecha cuando es diestra, de
la izquierda cuando es siniestra”.
A esta especie de
reputación, que históricamente se generalizó al estigmatizar al comunismo como
obra del Diablo y al Cristianismo como obra de Dios, ha contribuido el mismo
Carlos Marx, cuando en su obra “Contribución a La Crítica de La Filosofía del
Derecho de Hegel”, publicada en 1.844, señaló que; “La miseria religiosa es a
la vez la expresión de la miseria real y la protesta contra la miseria real. La Religión es el suspiro de la
criatura oprimida, el sentimiento de un mundo sin corazón, así como el espíritu
de una situación sin alma. Es el opio
del pueblo”.
Hoy sin embargo
sabemos que esa diatriba no es más que un absurdo, pues el comunismo, explicado
sabiamente a través del marxismo, Como la teoría más heurística de que se
dispone, y en el marco de una visión transdisciplinaria, nos permite unificar
en un solo enfoque, por así decirlo, tanto a la religión cristiana como al
socialismo. Como lo definía Adam Shaff, “El Humanismo Ecuménico”. Es decir, “la
energía unificadora, a favor del ser humano. El retorno a la matriz utópica”.
Hasta la saciedad se ha dicho que el capitalismo está en su fase decandente, no obstante a su mundialización, el estigma que arrastra de su decadencia, lo hace más cruel e inhumano. Es voraz e insaciable. No hay fronteras que lo detenga; ni conceptos morales, ni tratados, ni leyes, y ni siquiera lo justo. La globalización es su visión reducida del mundo, donde la estirpe guerrera de los pueblos no cuenta, ni el sudor, ni la sangre, ni la historia. Eso explica en parte la derecharización de la política en el mundo. De la generalización de las corrientes neo nazis y fascistas. De la negación cada vez mas aberrante de los negros, de los homoxesuales, de los gitanos, de los latinos, de los inmigrantes, de los pobres.
Nos quieren sembrar la tesis de una raza superior. O que este mundo es exclusivamente de los blancos o de los ricos. Se está generalizando una negación barbara del otro. "Vemos humanos, pero no humanidad"...habría que decir.
La crisis de la humanidad es una crisis política sin dudas. El Comandante Chávez lo ilustró muy bien con una frase; "No cambiemos el clima, cambiemos el sistema".
Y es que en el marco de todo el caos en que han sumergido al mundo, países como Venezuela y su Revolución Bolívariana; y mucho de lo que ocurre en países de América Latina, es un viraje contestatario al status quo que se quiere imponer.
Desde Venezuela resurge un discurso hermoso, cargado de utopías y de esperanzas. Una creencia en el hombre. Una creencia en que si es posible marchar hacía una sociedad más justa; de inclusión y de respeto al ser humano.
En Venezuela se lleva a cabo un ensayo que contradice a las corrientes dominantes que hoy se mueven por el mundo. Hugo Chávez fue lo suficientemente terco para insistir en nuevos paradigmas de vida. Para rescatar más bien el retorno necesario a lo humano. A las relaciones humanas. A la esperanza y a la convicción plena de que si es posible otro mundo. Él nos retornó la utopía olvidada; esa que nos hace andar.
Hasta la saciedad se ha dicho que el capitalismo está en su fase decandente, no obstante a su mundialización, el estigma que arrastra de su decadencia, lo hace más cruel e inhumano. Es voraz e insaciable. No hay fronteras que lo detenga; ni conceptos morales, ni tratados, ni leyes, y ni siquiera lo justo. La globalización es su visión reducida del mundo, donde la estirpe guerrera de los pueblos no cuenta, ni el sudor, ni la sangre, ni la historia. Eso explica en parte la derecharización de la política en el mundo. De la generalización de las corrientes neo nazis y fascistas. De la negación cada vez mas aberrante de los negros, de los homoxesuales, de los gitanos, de los latinos, de los inmigrantes, de los pobres.
Nos quieren sembrar la tesis de una raza superior. O que este mundo es exclusivamente de los blancos o de los ricos. Se está generalizando una negación barbara del otro. "Vemos humanos, pero no humanidad"...habría que decir.
La crisis de la humanidad es una crisis política sin dudas. El Comandante Chávez lo ilustró muy bien con una frase; "No cambiemos el clima, cambiemos el sistema".
Y es que en el marco de todo el caos en que han sumergido al mundo, países como Venezuela y su Revolución Bolívariana; y mucho de lo que ocurre en países de América Latina, es un viraje contestatario al status quo que se quiere imponer.
Desde Venezuela resurge un discurso hermoso, cargado de utopías y de esperanzas. Una creencia en el hombre. Una creencia en que si es posible marchar hacía una sociedad más justa; de inclusión y de respeto al ser humano.
En Venezuela se lleva a cabo un ensayo que contradice a las corrientes dominantes que hoy se mueven por el mundo. Hugo Chávez fue lo suficientemente terco para insistir en nuevos paradigmas de vida. Para rescatar más bien el retorno necesario a lo humano. A las relaciones humanas. A la esperanza y a la convicción plena de que si es posible otro mundo. Él nos retornó la utopía olvidada; esa que nos hace andar.
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