Herbert García Plaza, con el perdón de Judas
Sin dudas,
uno de los designios más grandes de una revolución, es que esta lleva sobre sí
un paso demoledor de viejos esquemas, postulados y de razones que ya no cuentan,
pues, el peso de la historia que se esta escribiendo a su paso abre nuevas
verdades y hasta va dejando la convicción de que todo ha valido la pena.
Justificando así el abono vital de que se nutre todo dolor, o todo parto. Es la
sangre de los mártires, la sangre necesaria, la que convierte en verdad la
gestas. Pero también, la que nos lleva al encuentro de la poesía y de la
expresión plástica, como únicos lenguajes que nos permiten crear mundos y hacer
real lo invisible.
La revolución transita cada calle, cada
rincón, cada espacio. Si algún estomago quiere llenar es el de la esperanza.
Cree en las mayorías, pero sólo encuentra en la multitud a los desvalidos, a
los pobres, a los desamparados. A los muchos.
La revolución mira detrás de la estadística
y descubre que detrás de un número, hay un rostro; un llanto, un dolor, un
estomago vacío. Por eso el traidor es fusilado. Porque mata la esperanza de
alguien. Mutila el mañana de un despertar. Toma para sí la ingenuidad que
encierra el creer.
No tenemos por que seguir el camino de
Judas. Judas tenía el designio de traicionar a Jesús. Así estaba escrito. Ya
estaba condenado. Su traición era necesaria. Su infierno estaba cantado; iba a
ser el traidor. Más sin embargo, su alma en pena ha servido como ejemplo, he
allí su designio, para develar el carácter prostituido del acto mismo de
traicionar. Toda vez que este fue como una acción de contra prestación.
En una revolución el acto de la traición
tiene una connotación mayor, pues, la revolución es construir; es despertar, es
esperanza, es futuro, es mañana. Es lo sublime; que como una niña inocente se
va en brazos de todo el que le sonríe.
El Che decía que valía la pena morir por una
revolución, cuando esta era verdadera. Pero se refería él a la muerte digna por
la causa justa. Más sin embargo, el que traiciona una revolución cava por si
mismo su reputación y convierte su vida, ya hecho cadáver andante, ya muerto
sin saberlo aun, en una penuria fea y solitaria.
La traición es enemiga de la revolución. Por
que sencillamente la revolución es construcción. Y no cualquier reconstrucción,
es la nueva vida que se asoma. Es la alborada, es el mañana; es el llanto del
niño que con su grito inocente nos pide que le tengamos garantizado su porvenir.
El Che ganó la gloria cuando dijo, “No dejo
nada material a mis hijos y no me apena…” (en su carta de despedida), he allí
el hombre cabalgando en revolución, el hombre cabalgando en el tiempo
histórico; ese mismo que da cortos pasos de siglos.!
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