Si algo ha logrado
el proceso político venezolano; liderado por Chávez y ahora por Nicolás Maduro,
es dejar al descubierto que quien lo adversan no escatiman recursos ni ningún
tipo de mecanismos para imponer sus verdades. Es por ello que la massmedia hace
su trabajo e impone como centro u objetivo estratégico, la mente humana.
Los laboratorios de
propaganda se activan y empiezan a dibujar sus verdades. Pues, entienden que
cada mensaje que se envía va tras el objetivo de un oído receptor. Para ello
emplean colores, sonidos, formas, sentimientos, dolor y llanto. De lo sublime a
lo real. Desde la verdad construida a lo cultural.
Sigilosamente; pero
constante y permanentemente nos están introduciendo comportamientos y hábitos que
poco a poco han ido opacando la forma de
ser del venezolano genuino, franco, sincero.
Ahora todo el mundo
anda en una trampa. La Guerra Económica ha traído consigo una terrible
deshumanización de las relaciones
sociales. Quizás sin darnos cuenta estamos en medio de una dinámica donde la
gente compra lo que no necesita para venderlo a mayor precio. Adulteran el
agua, el café, la leche, el polvo de lavar, los desodorantes. Las relaciones
humanas súper adulteradas. El amigo se nos voltea, el camarada nos traiciona.
Lo ilegal toma sus propias explicaciones haciendo inoperante la norma jurídica.
Las mentiras son
verdades y los hechos los reconstruyen y los crean, cual estudio de Hollywood,
cual película de acción, dramatizadas y todo y no las muestran en vivo y en
directo.
La idea es que el
pueblo (pueblo como concepto político), pierda su orgullo, sus valores, que se
animalicen las relaciones interpersonales. Que prevalezca; por encima del honor
y de la grandeza, el crimen, la viveza, la violencia, el irrespeto.
Poco a Poco se ha
ido instalando en el país una subcultura que contraría la cultura que desde el
gobierno revolucionario se difunde y se divulga. Es decir, la formación de un
ciudadano crítico, rebelde y revolucionario.
Que este gobierno,
si algo quiere romper es precisamente los patrones culturales de un pueblo
bravío, que a gritos le dicen que es bruto, que es flojo. Que debe ser sumiso,
conformista, resignado y pobre.
La lucha es
cultural. Por eso urge más que nunca que volvamos a nuestras raíces. A lo
familiar, a las tradiciones populares, a la tertulia con los amigos. Que
volvamos a encontrar sentido de pertenencia en los seres sencillos, a la vez
que vitales, de las calles de nuestros vecindarios.
Urge volver al
respeto, a los buenos días, a la solemnidad de nuestros símbolos patrios. A la
lectura placentera, a la música, al encuentro sincero con los amigos y con la
familia. Al encuentro con la historia local y regional; esa que nos desnuda los
buenos ejemplos y la construcción de vías y nuevos caminos.
No debemos permitir
que se nos imponga una especie de cultura opresora; violenta, ajena a nuestras
costumbres. Sin negar el concepto de La interculturalidad (introducido por el
filosofo español Raimon Panikkar. Editorial Herder, Barcelona); quien
reivindica el intercambio cultural, pero en el marco del respeto de la
identidad propia de cada pueblo y de cada sociedad. Lo cultural nutre, pero
hace daño también, cuando esta es opresora, hegemónica y con afán de conquista
y de colonizar.
Venezuela tiene una
historia gloriosa. Somos de estirpe guerrera y libertaria. El sicariato no los
trajeron y el paramilitarismo también. Y la droga y el asesinato, el desprecio
a la vida. Y el falsificar y adulterar las cosas.
Nos quieren convertir
en cuidadnos de poca monta. En objetos más manipulables; sin orgullo y sin
esperanzas. Nos quieren arrodillar para conquistarnos con docilidad.
Urge lo grande. La
humanidad. El gesto hermoso, el ejemplo. No permitamos que nos conviertan en
CIUDADANOS TAPA AMARILLA.
Desde nuestro
ámbito; desde el trabajo, el hogar, la universidad. Desde la cotidianidad,
hagámosle ejercicio al altruismo, a lo grande, a lo hermoso, a la alegría, al
amor, a la solidaridad, a la vida, a la pasión, al desprendimiento de lo
material.
Militemos en las
causas nobles, pero con coherencia y convicción. Seamos parte de una generación
trascendente.
Bolívar solo
aspiraba la gloria. No quería riquezas ni tronos, solo la gloria. Mírenlo allí
eternizado para siempre!