El Sur parece el lado B del disco. La
otra cara de la moneda; el débil ante el poderoso, el patio trasero donde los
colonizadores practican su poderío. El Ecuador parece una línea imaginaria
trazada por el creador, para concentrar en él gente buena, bondades naturales,
pero también rituales y formas armoniosas de vivir; donde lo ancestral está
marcado en el alma de todo ser, pero que es lo que finalmente explica los
hombres que somos, este tipo de hombres de esta parte del mundo. No obstante a
ser invisibilizados, oprimidos, despreciados, y subestimados en gran medida.
El Norte se nos presenta como la gran
quimera, la modernidad, lo avanzado, lo superior. El primer mundo. Allí está el
hogar de Mickey Mouse y El Pato Donald y en donde se cree que todo sueño es
posible de hacerse realidad. El Norte con su smoke que cubre las ciudades y que
contamina las esperanzas de un mundo mejor, se convierte cada vez más en un
gran mercado donde la vida está signada por la oferta y la demanda y en donde
los hombres son estadísticas, un tarjetahabiente, un código, una cuenta
bancaria, y en donde la felicidad y el éxito lo determinan la acumulación de
bienes.
En América del Sur la vida tiene
otros colores, los doce países que la conforman (Argentina, Bolivia, Brasil,
Chile, Colombia, Ecuador, Guyana, Paraguay, Perú, Surinam, Uruguay y
Venezuela), portan sobre sus hombros toda la fuerza y la rebeldía que le otorga
su pasado glorioso. Los anchos mares y
largos ríos que la atraviesan y bordean; sus bosques, fauna y vegetación única,
nos convierte en una zona estratégica para la vida en el planeta.
No es una simple consigna gritar; más
cuando sale del alma, que, “Alerta, alerta, alerta que camina, la espada de
Bolívar por América Latina”. No es cualquier cosa ser América la cuna del
hombre más grande que ha parido esta parte del mundo. No es cualquier cosa su
legado. Un quijote que levanto templos y castillos de sueños y esperanzas y
quien dejó sembrada la convicción de que la rebeldía es una de nuestras mayores
riquezas.
Y qué no decir de la herencia que nos
han dejado Las Culturas Precolombinas. Estigmatizadas por las elites dominantes
y por la historia oficial, pero son innegables su alto desarrollo cultural, arquitectónico,
religioso, agrícola y la gallardía con que defendieron su legado y que aún hoy
vemos en los rostros mexicanos, peruanos, ecuatorianos, bolivianos. Pueblos
enteros llenos de sabiduría y cargados de historia.
El imperialismo, en su expresión más vergonzosa
y con Donald Trump y los EEUU como rostros visibles, le ha hecho saber al mundo
que vienen a imponer su fuerza hegemónica y totalitarista.
El capitalismo, como un fantasma
decadente que recorre al mundo, se nos muestra en su expresión más cruel y
sanguinaria, como el policía del mundo. El jefe civil de las naciones. Solo que
subestiman a un continente que baila por el medio de la tristeza y el dolor y
que lleva la musicalidad en la sangre. Y la rebeldía, y la fe por el mañana.
Somos montañas, ríos, polvo. Somos un indio mascando coca y un guerrero
empuñando las armas de siglo ante la bota invasora. Somos arrechos!
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