No podemos negar que
toda revolución, para que sea verdadera, debe tocar todos los cimientos de la
sociedad. Desde los más visibles hasta los más ocultos. Desde lo cotidiano y el
quehacer diario, hasta lo extraordinario (y El Che decía que cuando lo
extraordinario se hace cotidiano, estaremos en revolución). De tal manera que
el fenómeno cultural; esos que distinguen la originalidad, lo genuino, el carácter
y la estirpe de un pueblo. Y que lo identifica además, como que si fuera, una
marca propia; es un hecho que no podemos subestimar. Muy por el contrario, por
sus expresiones tan cotidianas se corre el riesgo de que se empiecen a
introducir nuevos fenómenos o expresiones, que aunado a la “distracción” a la
que nos conduce la dinámica social, no percibimos. Y es que tal fenómeno no lo
definimos como transculturización, ya que este concepto, en estos tiempos,
parece expresar un fenómeno que se da de manera natural y sin traumas. La forma
como irrumpe este fenómeno en la actualidad, lo sabemos, esta movido por los
hilos de la massmedia perversa. Ese conjunto de medios de comunicación que han
ido degenerando en instrumentos de guerra psicológica que busca domar al hombre
rebelde y hacerlo presa fácil y dócil, de los intereses que se mueven detrás del
poder y que expresados en un concepto mayor; el imperialismo, pretende tener
dominio del mundo y del hombre.
El Che Guevara hablaba
de “El hombre Nuevo” y Hugo Chavez insistía en “El Socialismo de Lo Pequeño”.
Dos visiones que están entrelazadas y que tocan un aspecto vital del nuevo mundo con el que sueñan los pueblos.
El capitalismo ha
instaurado todo un fenómeno cultural basado en los principios que lo mueven. De
tal manera que una revolución verdadera; y he allí el gran reto de La Revolución
Bolivariana, tiene que romper radicalmente con esa estructura cultural, psicológica,
política, etc., que por años se ha afianzado y que se ha consolidado como sistema.
La Gran Revolución
Cultural, o “La “otra” Revolución”, como hemos querido titular esta entrega, tienen
que ver también con una revolución personal; íntima, intrínseca, psicológica,
que irradie los espacios de nuestra cotidianidad. La comunidad, el trabajo, la
universidad, el liceo, etc. La verdadera revolución no puede ser un punto equis
distante de nosotros. No, somos nosotros girando en conjunto con el entorno.
Somos nosotros en lo pequeño (Chavez), impulsando la nueva institucionalidad,
el rostro que soñamos en grande hacerlo al alcance de todos. Ah, pero
practicando el humanismo (El Che); siendo solidarios, altruistas, siendo
ejemplo, no callándonos ante las injusticias, ser desprendidos y dados a los demás,
etc.
La “otra” revolución
es vital para que se dé el concepto integral de la revolución que va a cobijar
la sociedad que todos soñamos. Esa donde opere la justicia social, la igualdad
entre los hombres. Y donde el hombre sea finalmente hermano del hombre.
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