Sabemos que todos
vamos a morir. Pero hay muertes que merecen otro final. Como fue la muerte de Fidel
por ejemplo. Que no obstante de vivir intensamente, cargando ya con el peligro
natural de quien actúa como piensa. Hombres rígidos en su accionar y que
seguramente esa coherencia entre teoría y praxis, si bien como virtud, deja
siempre una estela incomoda en quienes no entienden esa coherencia.
O como El Che, quien
murió en su ley. Digno, altivo, irreverente. Solo una bala lo podía callar. No podíamos
imaginar al Che en otra muerte. Tenía que morir como vivió. Y así la historia
lo ha recompensado.
O la muerte de Hugo
Chavez, a aunque el corazón del pueblo sabe que esa muerte fue un asesinato,
Chavez merecía otra muerte. Una muerte así como el mismo la soñó. Por allá
lejos en los llanos, acostado en un chinchorro a las orillas del rio Arauca tomándose
una taza de guarapo y charlando con el Santos Luzardo de Rómulo Gallegos. Mereció
todos los homenajes que le rindió el pueblo. Eso y más, pero mereció otra
muerte. Ahora vive para siempre en el pueblo, en su conciencia y en su rebeldía.
Igual pasa con Darío
Vivas. Nos los quita la pandemia; este virus que recorre las calles del mundo
buscando almas para llevárselas. Y a Darío lo encontró en su faena diaria,
cumpliendo con su deber y haciendo lo que ya era su estilo de vida; el trabajo
en la calle, el contacto directo con la gente. Haciendo, organizando, agitando,
defendiendo, peleando.
Por ello decimo que Darío
Vivas mereció otra muerte. Una que le permitiera que el pueblo lo honrara. Así
como fue de hermosa la despedida de Chavez, donde todas las calles de Caracas
se llenaban de lágrimas y de flores al paso del féretro. Fue una puñalada al
alma del pueblo y de la gente buena. Así también es la muerte de Darío. El
homenaje a él queda reservado para la intimidad del alma de cada buen hombre o
mujer que ven caer injustamente a un saldado de la esperanza.
Duele Darío, pero
indigna ver el regocijo de los enemigos políticos que no ocultan su gozo. Son
las miserias humanas saliendo a flote. Por qué podemos entender el regocijo por
la muerte del adversario cunado esta es ganada al fragor de la contienda, de la
lucha cuerpo a cuerpo o de la batalla donde, como decía Mao; “se combate mejor
para sobrevivir que para sostener”, pero no así. Celebrar la muerte de Darío es
una bajeza, un irrespeto y una bofetada más para el pueblo humilde que tiene en
hombres como Darío Vivas, los generales de esta revolución.
No puede uno dejar
de admitir que la mayor crisis de la sociedad, de cualquier sociedad, está en
los valores. Y es que hasta las guerras más cruentas han tenido sus momentos de
gallardía, de altruismo y de altura, que nos hace pensar que aun en los
momentos más terribles, puede un gesto de hermosura humanizar los
acontecimientos más adversos o violentos. Como cuando Bolívar le perdonó la
vida a quien, en esa noche oscura fue a apuñalarlo en su hamaca. Y dijo, “no
vino a matar al hombre. Vino a matar la idea”. Es decir, fue a matar a lo que
representaba Simon Bolívar en la coyuntura histórica del momento.
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