viernes, 14 de agosto de 2020

CUANDO LA MUERTE HIERE AL ALMA

  

   Sabemos que todos vamos a morir. Pero hay muertes que merecen otro final. Como fue la muerte de Fidel por ejemplo. Que no obstante de vivir intensamente, cargando ya con el peligro natural de quien actúa como piensa. Hombres rígidos en su accionar y que seguramente esa coherencia entre teoría y praxis, si bien como virtud, deja siempre una estela incomoda en quienes no entienden esa coherencia.

   O como El Che, quien murió en su ley. Digno, altivo, irreverente. Solo una bala lo podía callar. No podíamos imaginar al Che en otra muerte. Tenía que morir como vivió. Y así la historia lo ha recompensado.

   O la muerte de Hugo Chavez, a aunque el corazón del pueblo sabe que esa muerte fue un asesinato, Chavez merecía otra muerte. Una muerte así como el mismo la soñó. Por allá lejos en los llanos, acostado en un chinchorro a las orillas del rio Arauca tomándose una taza de guarapo y charlando con el Santos Luzardo de Rómulo Gallegos. Mereció todos los homenajes que le rindió el pueblo. Eso y más, pero mereció otra muerte. Ahora vive para siempre en el pueblo, en su conciencia y en su rebeldía.

   Igual pasa con Darío Vivas. Nos los quita la pandemia; este virus que recorre las calles del mundo buscando almas para llevárselas. Y a Darío lo encontró en su faena diaria, cumpliendo con su deber y haciendo lo que ya era su estilo de vida; el trabajo en la calle, el contacto directo con la gente. Haciendo, organizando, agitando, defendiendo, peleando.

   Por ello decimo que Darío Vivas mereció otra muerte. Una que le permitiera que el pueblo lo honrara. Así como fue de hermosa la despedida de Chavez, donde todas las calles de Caracas se llenaban de lágrimas y de flores al paso del féretro. Fue una puñalada al alma del pueblo y de la gente buena. Así también es la muerte de Darío. El homenaje a él queda reservado para la intimidad del alma de cada buen hombre o mujer que ven caer injustamente a un saldado de la esperanza.

   Duele Darío, pero indigna ver el regocijo de los enemigos políticos que no ocultan su gozo. Son las miserias humanas saliendo a flote. Por qué podemos entender el regocijo por la muerte del adversario cunado esta es ganada al fragor de la contienda, de la lucha cuerpo a cuerpo o de la batalla donde, como decía Mao; “se combate mejor para sobrevivir que para sostener”, pero no así. Celebrar la muerte de Darío es una bajeza, un irrespeto y una bofetada más para el pueblo humilde que tiene en hombres como Darío Vivas, los generales de esta revolución.

   No puede uno dejar de admitir que la mayor crisis de la sociedad, de cualquier sociedad, está en los valores. Y es que hasta las guerras más cruentas han tenido sus momentos de gallardía, de altruismo y de altura, que nos hace pensar que aun en los momentos más terribles, puede un gesto de hermosura humanizar los acontecimientos más adversos o violentos. Como cuando Bolívar le perdonó la vida a quien, en esa noche oscura fue a apuñalarlo en su hamaca. Y dijo, “no vino a matar al hombre. Vino a matar la idea”. Es decir, fue a matar a lo que representaba Simon Bolívar en la coyuntura histórica del momento.

   Y como no recordar aquel acontecimiento ocurrido en 1964, en el marco de la Primera Guerra Mundial, conocida como “La Tregua De Navidad”, cuando alemanes, franceses y británicos, arropados por la nieve y el frio de la noche, entonaron todos juntos el villancico “Noche de Paz”, y dejaron sus armas a un lado e intercambiaron tarjetas, licores, galletas, botones de las camisas, y aun en contra de los superiores, intercambiaron prisioneros y cadáveres. Y ya al amanecer, jugaron un partido de futbol. Se avecina un cruento enfrentamiento pero la condición humana finalmente se impuso y le dio otro matiz al enfrentamiento armado del momento

No hay comentarios:

Publicar un comentario

UN GIRO A LA DERECHA

        Hay compañeros que viven en una permanente crítica al gobierno bolivariano. Son implacables, severos y constantes en sus críticas. T...