Mientras la pandemia azota al mundo y
recorre cada rincón buscando víctimas, las sociedades todas, hacen grandes
esfuerzos por mantener la normalidad del fenómeno educativo, el cual ha cobrado,
como víctimas, sus características más
importantes; la masificación y poniendo en grave peligro, la sistematización del
conocimiento.
La pandemia obliga a
abrirnos a nuevos paradigmas y a revisar el fenómeno educativo. Nos obliga a
cuestionar y a poner en práctica nuevas metodologías y nuevas formas de
integrar más a nuestros hijos a la cotidianidad, a la vida real de carne y
hueso.
Si bien la Escuela,
como recinto físico, posee toda una estructura que permite y facilita la
enseñanza del niño, no es menos cierto que La Escuela también es un submundo
que distancia al niño, que lo aleja de la realidad de la vida. Es una especie
de burbuja, una subcultura donde el niño aprende lenguajes, gesticulaciones y
formas de expresión, que en nada se parecen a la realidad de la casa.
La pandemia obliga a
modalidades virtuales de educación. A quedarnos en casa. Por ello la pregunta; Y
QUE PASA SI LOS NIÑOS “PIERDEN” EL AÑO ESCOLAR”. Qué tal si nuestros niños
aprenden a cocinar, a reparar las cosas de la casa, a ordenar la cama, a limpiar,
a remendar, a sembrar, a criar animales, a saber atender a su mascota. Qué tal
si convertimos su cuarto, de vez en cuando, en una sala de cine donde este toda
la familia.
Qué tal si
aprovechamos para que nuestros niños conozcan a sus vecinos y además, conozcan
la problemática de su sector, y participen en la solución de sus problemas.
Qué tal si nuestros
niños haciendo un poco de práctica de historia regional y local, investigan porque
su comunidad lleva ese nombre. Porque su pueblo, su urbanización, su barrio o
ciudad llevan ese nombre. Quienes son sus héroes y cuáles son sus méritos.
Y QUE PASARIA SI
NUESTROS NIÑOS “PIERDEN” EL AÑO ESCOLAR?, que pasaría si se desconectan de la
normalidad y descubren esa “nueva” vida que para ellos ha estado oculta durante
largo tiempo.
No nos hemos
detenido a pensar hasta qué punto la educación formal nos ha cambiado a
nuestros niños? Hasta qué punto la Escuela es opresora y aniquiladora de
vocaciones. No es la Escuela acaso un mecanismo de competencia para definir al más
apto? Desde cuando la Escuela dejo de ser un sistema de ayuda para comprender
la vida, el entorno y el mundo que nos rodea? No es acaso un problema serio
tener que estudiar para servir para algo?.
Hasta qué punto no
es un problema para el niño, para el joven estudiante, tener que vincular la
Escuela, con SU éxito en la vida?.
Y en Venezuela el
dilema es mayor. Nuestros estudiantes estudian (y valga la redundancia), para
irse del país. Parece un sueño común. Existen
una desconexión alarmante entre la realidad y los sueños del joven que quiere profesionalizarse.
La pandemia parece
el verdadero parto para abrirnos a nuevos paradigmas. La normalidad ha quedado hecha
trizas. Valga pues, recordar una expresión; “Y justo cuando la oruga pensó que
era su final, se transformó en mariposa…”.