Nadie puede negar
que Hugo Chávez fue un estudioso profundo de la historia de Venezuela y
fundamentalmente un estudioso de Bolívar. Y si algo le debemos los venezolanos
es el habernos “devuelto” al Bolívar libertario y quijotesco. Al Bolívar
humano, pero también al estadista, al soñador, al poeta. Al Bolívar intelectual
y al Libertador de Naciones. Al militar, al “Hombre de Las Dificultades”. Pero
lo más importante, al Bolívar de todos; el que nuevamente empuña su espada para
defender la libertad y la soberanía de la patria.
A Chávez le debemos
el hecho de que Bolívar recorriera nuevamente las calles y pueblos de
Venezuela. Le debemos el rescate de la solemnidad al escuchar el Himno
Nacional. Y le debemos además, el sentimiento de patria, de pertenencia, el
rescate de nuestra estirpe guerra y el orgullo de ser venezolanos.
Escuchar a Chávez
hablar de Bolívar era como tener la sensación que este aparecería en cualquier
momento. Era hacerlo tangible y real.
A Chávez le debemos
dos hechos, históricos por lo demás, que venían a constituir dos sendas deudas
que el pueblo venezolano y la sociedad toda, tenían para con El Libertador de
America; Simón Bolívar. Una era la octava estrella que le faltaba a La Bandera
Nacional. Recuerden ustedes que las estrellas en La Bandera simbolizan Las
Provincias que después de los sucesos del 19 de abril de 1810; donde se
destituye o se desconoce la autoridad del Capitán General, Vicente Emparan (la
más alta autoridad política y militar de La Corona española en tierras
venezolanas); a las que se suman las Provincias (Estados), de Margarita,
Cumaná, Barcelona, Barinas, Mérida, Trujillo y Caracas. Siete Provincias que
fueron inmortalizadas con el número de estrellas que adornarían a la Bandera
Nacional. Siete años más tarde, el 20 de noviembre de 1817, lanza Simón Bolívar
un decreto en el que autoriza la incorporación de la octava estrella al
Tricolor Nacional, en honor a La Provincia de Guayana; “…en reconocimiento a
los grandes aportes brindados por La Provincia de Guayana al proceso
independentista…”. Dicho Decreto lo firma Bolívar como Jefe Supremo de La
República. Capitán General de Los Ejércitos de Venezuela y de Nueva Granada.
Más ningún otro
presidente de Venezuela tuvo la altura para hacer semejante acto de justicia
histórica. Lo hizo Hugo Chávez Frías.
La otra acción,
reivindicadora de Bolívar y de su legado y de su voluntad, tiene que ver con El
Escudo Nacional (también conocido como Escudo de Armas de La República). Si
bien ya Venezuela poseía un escudo en 1777, concedido por Felipe II, donde se
oficializaba el gobierno Español en Venezuela a través de La Capitanía General;
“…a Santiago de León de Caracas por muy Noble y Leal Ciudad…”. Era como un
reconocimiento a la docilidad, a la sumisión. Sin embargo, ya desde La Primera
República (1810-1812), se empieza a exhibir el nuevo Escudo Nacional. Ya con un
simbolismo distinto y más acorde a la rebeldía y a la nueva empresa libertaria.
En 1813, en su
entrada triunfal a caracas; Bolívar retoma la simbología del Escudo Nacional. Y
esta idea perdura prácticamente hasta 1830, que con la disolución de La Gran
Colombia, José Antonio Páez, ya embestido como Presidente de Venezuela, decide
cambiar la simbología del “viejo” Escudo, haciéndole cambios sustanciales y no
ajenos a sueño derrotado del Libertador.
Por eso Chávez
dice, revolucionariamente hablando, que El Escudo de Páez es antibolivariano. Y
propone acertadamente volver al caballo indómito. Por eso es que el caballo
blanco del Escudo actual corre libre hacía adelante, mirando hacia la libertad
(pudiéramos decir). Hugo Chávez trajo de vuelta El Escudo de Bolívar. Por eso
la burguesía lo niega, por que seguramente preferirían el Escudo de Páez.
Hay, pues, una
acción revolucionaria que hoy día tiene más vigencia que nunca para los
venezolanos; para los patriotas, para los revolucionarios.
No podemos perder
las perspectivas en esto.
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