Europa, la otrora
cuna de la civilización mundial, cierra sus fronteras a millones de seres
humanos que huyen ante la guerra y
bombardeos que han promovido los EEUU en gran parte del continente africano con
el apoyo cómplice de La OTAN y apoyados por las principales potencias europeas,
acentuando aun más el hambre y la miseria de esos pueblos, y dejando al
descubierto las erráticas políticas de La Unión
Europea ante temas tan sensibles como la Migración.
Las cifras son
alarmantes. El desplazamiento de personas ha cobrado ribetes de crisis. Es como
que de repente el mundo se ha reducido y no todos cabemos en él. Como que las
llamadas películas del futuro han sido una cara premonición; que ya nos decían
que iba a faltar el agua, el petróleo, la comida. Y que ya nos decían que el
hombre iba camino, irremediablemente, a convertirse en enemigo del hombre.
Los cimientos de La
Comunidad Europea se resquebrajan. Unos países se niegan a aceptar refugiados,
otros intensifican sus políticas de asilo y la gran mayoría cierran sus
fronteras.
Hasta ahora se
contabilizan más de 2.373 personas muertas y que para final de año se estima lleguen
a 5 mil. De Siria y Afganistán salen la mayoría de las personas. Pero también
lo hacen de países como Nigeria, Sudán, Eritrea, Pakistán, Irak, Albania.
Siendo Alemania el país a donde se dirigen la mayoría de los desplazados. Pero
también Hungría, Francia, Italia, Suecia, Austria y Reino Unido.
El mar Mediterráneo
ha sido testigo silente de las miles de esperanzas que se ha tragado. Seres
humanos desesperados que no les ha importado la furia de la naturaleza, para
emprender la búsqueda de un mejor destino.
Miles de personas
se han perdido en las profundidades del mar. Otros miles han quedado destruidos
en el desierto, y otro puñado apilado en camiones cavas abandonados. Todo un
drama, una tragedia sin precedentes.
Es como que la
humanidad asistiera a una sala de cine donde se proyecta un drama; una función
terrorífica, que al salir de ella, nos permite volver a la cotidianidad, como
si nada ha pasado. Son los verdaderos “gritos del silencio” que nadie oye, y
que parece que a nadie le importa.
Un poco como para
“condimentar” más la tragedia y el drama de los desplazados, apareció un
diminuto cuerpo de un niño ahogado en las costas de Turquía, luego del
naufragio de la embarcación donde intentaba, con sus padres y hermanos cruzar
el mar Mediterráneo. Era Aylan Kurdi, de 3 años de edad. Junto a él también
murieron su hermano de 5 años y su madre, más 11 personas que viajaban en la
misma embarcación. Canadá les había negado el asilo.
La foto de Aylan
Kurdi le ha dado la vuelta al mundo; seguramente su autor se ganará el premio
Pulitzer de fotografía, pero el drama de un padre por la perdida de toda su
familia quizás no cese nunca. Y ojala esta tragedia, vergonzosa por lo demás,
sirva para mirarnos al espejo de nuestra propia conciencia y entender, al fin
de cuentas, que las barreras de estupidez que ha creado la inteligencia humana para
nada ayudan a crear un mejor mundo.
Como cosa
contradictoria, mientras por un lado nos venden un mundo globalizado, pareciera
que lo que realmente se ha globalizado es la miseria humana y las fronteras que
nos dividen cada día más; muros y alambradas, pero también fronteras mentales,
fronteras espirituales y fronteras que ciegan el altruismo y la grandeza del
hombre.
Dios! “veo humanos, pero no humanidad”
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