miércoles, 16 de septiembre de 2015

EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN

   
   Así tituló El Papa Francisco su última Encíclica, y en ella expresa y reconoce el colapso mundial del modo de producción que nos ha gobernado hasta ahora. El Mercado no puede ser la panacea que ha de resolver todos nuestros problemas. Por el contrario, ha ayudado para dividirnos más y para ponerle un precio a las necesidades humanas básicas. En ese sentido señala El Papa Francisco que; “El problema tecnocrático también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas ahogan a la economía real… en algunos círculos se sostiene que la economía actual y la tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se afirma, con lenguaje no académicos, que los problemas del hambre y la miseria en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado…”

   Esta Encíclica aparece en un momento en que la humanidad atraviesa por una profunda crisis. Definida por unos como crisis planetaria, crisis sistémica, crisis del capitalismo. Crisis que nos conduce aceleradamente hacía la destrucción. Y no hablamos solo de la destrucción de la especie humana,  sino también de la destrucción del planeta. De nuestra “única y contamina nave espacial”; como dice Walter Martinez (Dossier), o de “Nuestra Casa Común”,  como dice El Papa Francisco.

   Por una parte el afán desarrollista del Modo de Producción Capitalista, que se ha encargado de “exprimir” los recursos de la madre tierra; sin importar métodos, sin importar fórmulas. Su único fin ha sido dominar a la naturaleza. Supeditarla a sus intereses y lograr imponer sus postulados como estilo de vida. Sus resultados han parido la riqueza, pero ha abortado a millones y millones de pobres. Hombres, mujeres y niños que mueren de hambre, o viven indignamente, sin acceso a la salubridad, a la educación, al esparcimiento, a la felicidad.

   Así también las guerras. El gigantesco éxodo de desplazados que hoy se diseminan por toda Europa. Familias enteras que prefieren morir intentando buscar un nuevo futuro, a morir asesinados por El Estado Islámico (EI), o por los bombardeos que incesantemente efectúan los EEUU y La OTAN en países de alto interés económico para ellos. Son millones las personas que se han dispuesto migrar de Siria, Pakistán, Afganistán, Somalia, Nigeria, Irak, Sudán, etc.

   Y El Papa Francisco insiste; “…la humanidad necesita cambiar. Hace falta la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro compartido” Se hace imperioso que el ser humano saque de lo más profundo de sí, su factor u órgano civilizador consciente. Pues, la inteligencia humana no puede seguir siendo utilizada para nuestra propia destrucción. Tal parece que hemos perdido  nuestro propio sentido de conservación; como especie, como ser común. Urge volver a un fenómeno de contundencias inusitadas parecido al “Alba de La Civilización”. A un proceso de superación existencial que nos eleve a niveles de trascendencia. Que nos permita comprender que el hombre no es dueño de este mundo. Que somos una minúscula partícula, que no tiene más valor cósmico que una cigarra o un reptil.

   Es la hora de lo humano. Pues, como lo explica Paramahansa Yogananda…”el cuerpo humano no es solamente un resultado de la evolución de la bestia…las formas animales eran demasiado crudas para expresar la plena divinidad. El ser humano fue el único a quien se dio una tremenda capacidad mental, la del “loto de mil pétalos” del cerebro, así como los muy aptos centros ocultos en el cordón espinal…”

   No hay razón que explique, a propósito de la crisis migratoria y fronteriza mundial, cual línea es tu frontera y cual piel es mi piel. Es que acaso la tierra toda no es nuestro único e intransferible habitad?


   El planeta no le pertenece a nadie. Fue creado para que todos los habitaran. Y solo nos resta gritar; que viva la fuerza creadora e inconmensurable del cosmos en su complejísimo y caótico sincretismo de infinita e inagotable transformación dialéctica!        

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