Alguien decía en
una oportunidad que la verdadera política se hace; si bien filosofando mucho,
soñando mucho, estudiando, leyendo y teniendo claro el rumbo; también con un
fuerte sentido del pragmatismo y de la oportunidad.
Un buen político es como un buen boxeador. Pegar, salirse,
bailar, volver a pegar. Volver al regazo de la soledad, para entrenarse, para
meditar, para saber el momento exacto de exponerse nuevamente a la mirada de
todos.
Un buen político debe conocer a su pueblo. Debe conocer el país
palmo a palmo. Sus costumbres, sus necesidades, su gente, sus tradiciones, sus
comidas. Debe sentir en lo más hondo de su ser, las necesidades del pueblo, sus
dolores y partos. Sus rabias, sus frustraciones; pero también sus esperanzas.
Un buen político debe ser instrumento del pueblo y sus luchas. No
lo contrario. Pero cuando el político es militante revolucionario la cosa se
pone seria. Pues, tiene que aprender a caminar por senderos espinosos y
turbios, e incluso pasar por encima del estiércol sin que este te salpique o
enturbie tu sendero.
Ser militante revolucionario es cosa seria. Y más aun como en
Venezuela que las riendas del gobierno las lleva un gobierno revolucionario y
progresista. La coyuntura política exige hilar fino y sin equívocos. El exceso
de criticas y autocriticas tiende a veces
a opacar o distraer la
direccionalidad política.
Del lado revolucionario llueven los plus ultra, que todo lo
saben. Los que han sustituidos a los cafés por las redes sociales. De modo que
las tertulias se tornan más peligrosas por que trascienden. Antes las resacas
los hacían más radicales, pero todo terminaba al día siguiente. Claro, el poder
para ellos era solo una quimera.
Estar en el poder, o cerca de él, es un desafío que requiere de
mucho pragmatismo. Si bien de mucha planificación, también de mucha capacidad
para llevar la realidad diaria, como las riendas de un caballo brioso que hace
todo lo posible por echar al suelo al jinete que sobre él se sostiene.
Se critica mucho desde afuera. Se filosofa mucho desde las
tribunas. Estar en el terreno de juego es otra cosa. La dinámica no da pausas.
Por ello es que tanto la militancia revolucionaria, como el ejercicio de un
cargo o responsabilidad dentro del gobierno, requiere saberse bien montado en
ese potro que corcovea para sacudirse de encima a quien pretende conducirlo.
De la experiencia de Chile y del Allende mártir, hemos aprendido
mucho. Dijera Alí que; “La inocencia no mata al pueblo, pero tampoco lo salva”.
Un Diosdado en la calle agitando al pueblo y recorriendo al país es tan
necesario; recordándole al pueblo el legado de Chávez; y la gallardía del
pueblo y su fuerza, como lo son Los Colectivos y El Poder Popular, y el que
escribe, y el que canta, y La Hojilla, y Zurda Conducta, y Sin Libreto, y
Cayendo y Corriendo, y Tve Pueblo y toda la mediática revolucionaria que
permanentemente desmonta la mentira y las trampas psicológicas que se montan
para joder.
Tan necesaria es hoy la militancia comprometida, que basta decir;
“…pero lo que se me sobra, me basta para pensar”.
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