Era de esperarse; con la desintegración de
la URSS, el derrumbe del Muro de Berlín y junto a ellos, la derrota de la
esperanza, el fin de los sueños, el fin
de la historia, donde se sostiene el pensamiento único, “las ideologías ya no
son necesarias” (Francis Fukuyama, 1992, “El fin de la historia”). La visión
bipolar del mundo, que la sostenía el poderío militar y conocido como “La
Guerra Fría”, queda rota para siempre.
Ya “vencido” el enemigo; y con él su
verborrea, y sus conceptos, no queda más que imponer su mando, su poder. Así,
“el capitalismo es poder, no economía. Usan la economía, pero son otra cosa,
concentración de fuerza armada y no armada, capaz de confiscar la plusvalía,
los excedentes que produce la sociedad” (Abdullah Ocalan, líder de las milicias
Kurdas de Oriente).
Toda esta sacudida mundial trajo consigo la
Globalización; un espejismo moderno para conquistarnos mejor, y la primera
víctima es el llamado Estado Nacional y todo cuando en el subsiste y lo
caracteriza. Es decir, su cultura, su lengua, sus expresiones políticas, su
mercado interno, su policía, su ejército, etc.
La Globalización, que no es solo convertir
al mundo en una Aldea Global, como lo describió el sociólogo canadiense Marschall
MaLuhan, en cuando al impacto comunicacional (cambios producidos por la radio,
el cine, la televisión, los medios de comunicación en general; el impacto que
han tenido la imagen, el sonido, la fotografía). Es en verdad, una guerra de destrucción/reordenamiento.
El imperialismo se ha mundializado. Y junto a él, el nacimiento del Estado
Supranacional, que a su vez ha creado sus aparatos de control, como El FMI, La Organización
Mundial del Comercio, La Organización para La Cooperación y El Desarrollo Económico
(OCDE). (VER; “Desarmar Los Mercados”, Ramonet, Ignacio).
Como quien ya no corre peligro alguno de ser
derrotado, el imperialismo impone su fuerza, su cultura, sus postulados, su razón
y su lógica. Este no permite que pequeños aldeanos se subleven. Sin vergüenza alguna
son sometidos por sus conquistadores.
El nuevo orden mundial impone la tristeza y
la resignación. Convierte al hombre en
un ser escéptico e incrédulo. Y como “El
Ministerio de La Verdad” (Orwell, 1984), castiga a quien se atreve a disentir.
Los pueblos que osan respirar por cuenta
propia; que fomentan su independencia y autodeterminación, y que fomentan su
identidad cultural y que reconocen el legado histórico dejado por nuestros héroes
(en el caso de Venezuela), son “obligados” a arrodillarse ante el amo del mundo.
La Revolución Bolivariana es una acción quijotesca
y titánica. Es la irreverencia contra el nuevo orden mundial. En Venezuela nos
estamos jugando la rebeldía de los pueblos oprimidos del mundo. La fe por la libertad
y el derecho que tienen las personas de soñar y de aspirar un mundo mejor, una
sociedad mejor.
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