sábado, 10 de marzo de 2018

LA GUERRA CONTRA VENEZUELA ES INEDITA, LA VICTORIA TAMBIEN LO SERÁ.


Venezuela es objeto en este momento de un experimento, que si bien ha sido ensayado con “éxito” en otros países, en el caso nuestro se muestra cruel e inhumano. Las secuelas que deja son terribles, pues, si bien la guerra económica tiene un impacto inmediato en la vida cotidiana de los venezolanos, no es menos cierto que el efecto psicológico deja secuelas preocupantes, que se expresan en el comportamiento de la gente; en su manera de pensar, de sentir, de tomar decisiones y en su forma de percibir la realidad.
 Quienes están detrás de todo esto saben bien lo que hacen. Nada es al azar ni improvisado. Y el gran vehículo para inyectar e inocular toda la dosis es la massmedia. Todo pasa por la comunicación. Prensa escrita, radio, televisión, redes sociales (twiiter, Facebook, instagran y otros mecanismos de comunicación masivos), que nos bombardean a su antojo con mensajes manipulados y en muchos casos  con información falsa, que buscan ubicar a la gente en una perspectiva equivocada ante su entorno.
   Uno de los objetivos más inmediatos que persigue la guerra psicológica es lograr la desmoralización de la persona y reducirlo a un ser escéptico, desconfiado, desesperanzado y dócil. Es humillar al ser humano y convencerlo de que este modelo político es el responsable del caos y de la crisis. A la par se busca ridiculizar el lenguaje y las ideas políticas haciendo ver que todo obedece a un discurso desgastado y pasado de moda. Que el socialismo y la lucha de clases sociales; y toda la concepción que encierra el materialismo histórico y dialectico y hablar de clases dominantes, de explotación, de dominación, etc, no es más que un discurso que pertenece al atraso y al pasado. Cuando la verdad verdadera es que los nuevos mecanismos de dominación o la nueva ideología dominante son precisamente, descalificar a las ideologías. El fin de las ideas, el fin de la historia, el fin de los sueños, el fin de las esperanzas. La resignación total.
   Y con mucha preocupación hay que decir, el rol “deliberado” que juegan muchos periodistas cuando publican información sin ser verificada o cuando les dan vocería a personas que señalan como verdad simples opiniones o puntos de vista que benefician su postura política o cuando se atreven a opinar sobre  elementos irrespetuosos o contrarios a la ley o a las buenas costumbres. Quizás es su contribución al caos. Nada es deliberado.
   No se puede negar el daño que hace esta guerra, este experimento de exterminio y de dominación. No obstante, para no decir subestimación, hay aspectos y características de la población, de la gente, del ser humano venezolano, latinoamericano, de la persona individual, que en muchos casos escapan a los cálculos y mediciones y que no están reflejados en ningún manual o registrado como resultado experimental, y es precisamente la naturaleza propia de la que está dotada la gente del sur de la América, que por siglos ha luchado siempre por su dignidad, por su respeto, por su libertad y su tierra.
   Desde las estirpes enraizadas de las llamadas Culturas Precolombinas hasta las primeras expresiones de luchas libertarias impulsadas por José Leonardo Chirino, mucho antes de la Guerra de Independencia y luego la guerra misma por liberarnos del yugo español; que por lo demás fue una guerra epopeyita  y quijotesca; una mezcla de romanticismo y crueldad, de gallardía y poesía, de grandeza y nobleza; histórica, ejemplarizante y trascendente, que nos convierte en seres aptos para enfrentar y vencer; así como este momento histórico que vivimos, cualquier pretensión de dominio y conquista. Cualquier intento de sometimiento.
   La América del Sur también existe. Muchos creen que nuestra mayor riqueza es el petróleo, el oro y los minerales que pueblan nuestra geografía, olvidan al ser que respira y su carga histórica; su sudor, su dignidad y el barro de que estamos hechos. Somos ríos de agua dulce, bosques y árboles frondosos, somos agua salada, sol y noches frescas. Somos también esperanzas y somos arrechos!  
       

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