jueves, 1 de marzo de 2018

JUGANDO A SER BUENOS PARA ENGAÑAR AL DESTINO


Las religiones han servido mucho para engañar a la bondad y para engañar el lado bueno de los hombres. Así también quienes juegan por un rato a ser un tilín mejores, delegan en una limosna y en un trozo de lastima, el derecho de los hombres a comer y a ser tratados como iguales, tratados con dignidad.
Con el perdón de los verdaderos apóstoles, una sotana disfraza la perversidad y pretende erigir en santo a quienes hacen arder en la carne sus bajezas.
El diezmo es el pasaje a la vida eterna. Basta darlo para sentir que te has liberado de la deuda de la maldad. Ya tu alma está limpia, ya has domado a tu verdugo.
Pasa igual cuando tu auto se detiene en el semáforo y te abordan los “niños de la calle” a rogar por las migajas que les puedes dar. Como que el problema atañe a todos menos a ti. Darles algo te brinda la oportunidad de la compasión y de engañar por un instante tu aporte a la bondad.
La gente que hurga en la basura o que busca guarecerse del inclemente frio, es, como almas que andan en pena, para quienes los templos son lugares sagrados, inspirados en ellos, pero donde Dios prefiere acoger su solemnidad y sus rituales.
Creemos más en la gente pobre que no sabe con certeza su mañana, pero que aun así sonríe y le brinda a su prójimo un pedazo de su pan, que aun compartiéndolo no mitigara su hambre.
En el soldado que se hace hombre por un ideal y que porta su fusil para defender una causa.
  En el dirigente obrero que cree en el proletariado. En el campesino que ama la tierra que da sus frutos.
En el músico que canta su verdad y su dolor. En el vendedor que cree que la usura es un pecado. En la madre que besa a su pequeño hijo con tanto amor y esperanzas, que en un simple beso ve partir su sacrificio y consagración.
Creemos en el lenguaje que hablan en los barrios pobres, en su gestualidad y en sus sonidos. Creemos en el ayuno militante, en ese que enfrente el espíritu con la carne, pero que sacrifica el placer por la fe.
Le tememos a la gula y a la ambición. A la envidia y a todos esos sentimientos bajos y miserables que por momentos nos apartan de lo humano, de lo racional.
El ciclo dinámico de la vida y el constante movimiento de las fuerzas cósmicas y poderosas; sagradas, misteriosas, ancestrales, mágicas, no distinguen entre posición social o económica, entre gente de color o entre gente que hace éticamente lo correcto o no. Las únicas diferencias son el destino y las consecuencias de sus actos. Pues, ya sabemos que hay hombres que trascienden los umbrales de la eternidad y siguen más vivos que nunca. En su mayoría, hombres que desafiaron el statu quo y miraron la vida por encima de los tiempos. Para ellos la muerte no existe.
Los hay también, los que a cada paso que dan asesinan un poco a la humanidad. Hombres que deambulan por el mundo transportando miserias y burlándose de la solidaridad, de la misericordia, de la bondad, del amor, de los sueños, de las esperanzas. Mutilando al hombre de uno de sus dones más sagrados; su amor por el prójimo y el afán de cultivar la esperanza por el camino que queda por andar.
No basta jugar a ser buenos, no basta rezar, como decía el padre cantor. El esfuerzo debe ser mayor. Los buenos somos más.  

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